El Baix Llobregat té molt talent desconegut que oferir, i des d’elBaix.cat volem fer una aposta per treure aquest talent a la llum. Prosa, poesia, i tot el que pugui suportar el nostre format digital (fotografia, dibuix, etc) us animem a fer-nos-ho arribar a cultura@elbaix.cat, i ho publicarem en aquesta subsecció tan especial! Iniciem aquesta aventura amb la narració de la santfeliuenca Magda Torre
La noche sorprendió a Elena y sus hermanas recogiendo aún los últimos periódicos: “Muerta a golpes de hacha a manos del novio”. “Cadáver descuartizado dentro de un baúl abandonado”.
Así, uno tras otro, fueron amontonando todos los “Casos” que el tío Fidel había acumulado a lo largo del tiempo. La madre dijo que hiciesen paquetes con ellos para llevarlos a vender al trapero, que no los hiciesen muy grandes para que pudiesen llevarlos,, que ella no tenía tiempo para ayudarles. “¡Y contad bien lo que os dé el tío de la carbonería, que ese sabe mucho!”
Mientras ella se quedaba llenando cajas con los zapatos, loza rota, clavos, ropa mohosa y mugrienta… y decenas, y decenas de botellas apestando a vino y coñac, Elena y sus hermanas hacían el conocido camino hacia la carbonería. Unas veces iban a por petróleo para el hornillo, otras a por serrín y, las más de las veces, a vender papel, carbón y trapos que recogían ya anochecido, mientras la madre preparaba la cena.
Elena, la mayor, apenas había cumplido los nueve años, pero se sentía más madre de sus dos hermanas que la suya propia, que apenas sí tenía tiempo para coser los encargos y preparar la comida. Elena compraba, lavaba los platos, atendía a las hermanas y, como decía su madre, vestía la casa de hipocresía cada vez que tenían una visita para una prueba, o para llevar o recoger la ropa que su madre cosía.
Mientras volvían de la carbonería la mediana y la pequeña iban insultándose, a ver quien sabía más insultos y más gordos, y Elena retenía en su retina la última imagen de su madre, recogiendo la basura que inundaba la casa y tapándose la boca con un pañuelo para evitar oler el vaho putrefacto que exhalaba.
– Tata, mira lo que me he escondido, estaba en una de las cajas que tenía mamá con las cosas del tío Fidel.
– ¡Trae eso inmediatamente!, ¿No ves que te puedes cortar? Si te la ve mamá te mata…
– ¡Pero es que es muy bonita, y está casi nueva…!
Elena se quedó mirando fijamente la navaja que acababa de quitarle a su hermana y las lágrimas empezaron a brotarle cara abajo. Hizo todo lo posible para llorar rápido y que su madre no la viese, ya estaban llegando a casa.
-¡Hijos de puta, sus voy a matar! ¡Me cago en tó lo que se menea, mira que tiro la puerta abajo y sus mato como a las cerdas!
-¡Mamá, tengo miedo, déjame ir a la cama con mis hermanas…
– ¡Tú no te mueves de aquí hasta que no se haya ido a dormir, y apóyate bien en la puerta, que este hombre es capaz de romperla!
– ¡Pero es que tengo mucho miedo, quiero que se calle ya!
– A ver, a ver si se cansa pronto y se va a dormir la mona… ¡Calla, que parece que ya no está detrás!
– ¿Me puedo ir a la cama?
– ¡Calla que, si no, no oigo nada!
Y Elena ni respiraba…
Así, noche tras noche, durante los ocho meses que llevaban viviendo es esa vieja casa, dividida en dos por una frágil puerta que se cerraba desde ambos lados, con diferentes cerrojos.
Una vez que la madre intuía que el tío Fidel se había cansado, o desvanecido por el vino, cogía a la niña en volandas y de la llevaba a la cama con ella. Se abrazaban las dos y cada una soñaba con que pronto viniese el mismo hombre, para una su marido, para otra su querido papá.
– Marruecos, ¿dónde estará Marruecos?
Y le dijo a la señorita Paquita que le enseñase en la bola del mundo dónde estaba Marruecos…
Ahora ya sabía dónde estaba Marruecos, y también sabía que su madre le iba a dar una buena tunda con la zapatilla si le pillaba con esa navaja. La escondió detrás de la puerta de la señora Josefa, que casi nunca salía de casa, y al día siguiente se haría la chula con sus amigas, enseñando lo que se habían encontrado entre las basuras del tío Fidel.
– Dale la leche a tus hermanas y ya podéis iros a dormir.
– ¿Me puedo poner leche condensada en vez de la de botella?
– ¡No, esa es para merendar con el pan, espabila que mañana no hay quien os levante!
No podía cerrar los ojos. Estaba tan acostumbrada a pasar las noches en vela aguantando el lado de la puerta que daba a la parte donde vivían ellas que ahora no podía dormir. Muerto, el tío Fidel estaba muerto… Y enterrado, que su madre ayer se puso un vestido negro, que le dejó una vecina que tenía muchos niños muertos, y estuvo en el entierro.
Ese mismo día el dueño de la casa tiró la puerta abajo y la casa pasó de ser dos a una sola, que era lo que en realidad había sido siempre.
“Si la limpias tú, no te cobro este mes, y lo que me debes ya lo arreglaremos más adelante, cuando venga tu Antonio de Marruecos”, oyó que le decía a su madre.
Y así fue como acabaron ella y su madre –sus hermanas molestaban más que otra cosa- recomponiendo o rompiendo las miserias del tío Fidel. Tirando a la basura su vida de podredumbre para irrumpir en las de ellas y unir la casa dividida.
Pero sólo la casa. La mente de Elena, en sus pocos recuerdos, se descompone y se pudre como la parte de la casa del tío Fidel.
Lástima que las pocas cosas buenas que cree que le pasaron sólo las recuerda vagamente, como quien intenta recordar una vieja película.
Pero al tío Fidel lo recuerda como si fuese ayer. Y como si fuese ayer recuerda el día que vino su padre de Marruecos, y cómo se enfadó porque su madre tenía los ojos y los labio pintados y su padre, en vez de darle un beso le chilló mucho, y la empujó contra la pared diciendo que “parecía lo que no era, que qué era eso de pintarrajearse así y que a saber qué es lo que había hecho mientras él estaba fuera para mantenerla a ella y a sus hijas. Y la madre que le decía que no era lo que él pensaba, que sólo lo había echo por él, que como la hija de la sra. Antonia era peluquera la quiso poner así para que él la viese bien guapa, y que lo único que había hecho durante el tiempo que él no estaba era coser a destajo para que pudiesen comer, porque el dinero que él le decía en las cartas que le enviaría casi nunca llegó. Y Elena que le decía a su padre que sí, y que ellas ayudaban y recogían papel y cartones para vender. Y el padre, que le pegó una bofetada que la hizo caer al suelo y le dijo que no se metiese en las cosas de mayores.
Y sus hermanas que lloraban, y el padre las metió a las tres en la habitación y ella oía llorar a su madre y gritar a su padre.
Y se volvió a ver aguantando una puerta, solo que esta vez no era el tío Fidel, sino su padre, que cuando se cansaba de pegar a la madre la tomaba con ella y sus hermanas, día sí y otro también.
Y su madre que no se pintó mas, y que le pidió el vestido negro otra vez a su prima, porque decía que ese era el color de su alma…
Y cuando recuerda a su madre con el vestido negro ya no puede recordar nada más, todo, absolutamente todo se le vuelve negro, y es cuando siente con más fuerza que su mente se derrumba y todo se destruye.
Tendrá que arreglarla, limpiarse la cabeza por dentro…
Algún día, si, algún día la limpiará y empezará a recuperar los recuerdos que se le escapan.
“Señora Elena, tiene visita, son sus nietas”
¿Nietas?, ¿Qué nietas?